Words, words, words (este es su título original) es una obra de teatro escrita por David Ives, dramaturgo estadounidense. Los protagonistas son tres chimpancés, Swift, Milton y Kafka, quienes son encerrados juntos en una jaula bajo la mirada atenta de un científico, el Dr. Rosenbaum. El doctor está tratando de probar la hipótesis de que tres simios, pulsando teclas al azar en máquinas de escribir durante un tiempo infinito, producirán casi con toda seguridad la obra de Shakespeare Hamlet. Así de loco.
A lo largo de la representación, los personajes simiescos se enfrentan y hablan entre sí, con más sentido del humor que algunos humanos, para comprender el propósito del ejercicio y, por qué no, de la vida en general. Swift, el jefe de la banda, tiene un plan maestro para rebelarse contra el experimento y escapar. Milton, más realista, asegura que es mejor jugar según las reglas. Kafka, la única hembra del cuento, es una romántica soñadora que cree en la magia del teclado y espera ansiosa el momento de hacer la tarea. De repente, Kafka comienza a teclear con éxito las primeras líneas de Hamlet. Swift, ocupado reflexionando sobre la vida, no hace nada, y Milton teclea palabras aleatorias como “hemorroide”, “granada” y “bazuca”.
Mejor no destripar el final de la obra.
Words, words, words representa sobre el escenario el «Teorema del mono infinito», uno de los momentos estelares de la historia de la probabilidad y la estadística. Sí, hoy queremos hablar de monos y de matemáticas.
El teorema se lo debemos a Émile Borel, matemático y político francés que en 1913 ingenió una parábola para ilustrar la noción de infinito a través de un acontecimiento «extraordinariamente improbable». En otras palabras, para ilustrar lo improbable de que un millón de monos mecanografiando durante 10 horas al día llegaran a escribir algo que se pudiera leer. Con el paso del tiempo, esta idea se fue refinando (o más bien desvirtuando) hasta que en la década de 1970 dio un giro completo. Desde entonces, se dice que si un número infinito de monos (ya no un millón) aporreara máquinas de escribir o teclados de ordenador para siempre jamás (porque han pasado a ser inmortales), alguno acabaría escribiendo El Quijote, o Hamlet en Inglaterra, o Los Miserables en Francia, o cualquier libro entero o una biblioteca completa.
Émile Borel 1932 (wikipedia)
En todo caso, y poniendo números, se ha calculado que para que un mono escribiera “En un lugar”, hablando del Quijote, tendríamos que esperar casi 62.000 millones de años sin que el simio acabara amarillo. Imaginad el libro completo. A la larga, y con la paciencia de varios millones de años, algo saldría.
No hace falta decir que se trata de una proeza bastante inalcanzable, pues el infinito es, al menos hasta ahora, inabarcable por un ser vivo.
La teoría del mono y la máquina de escribir, quizás por lo inverosímil del binomio, ha capturado la imaginación de científicos, escritores y expertos de todo durante décadas, así como ha sido objeto de muchos debates interesantes en la cultura popular y en la investigación científica.
En 1927, el célebre escritor irlandés Jonathan Swift, en su conocida obra Los viajes de Gulliver, se inspiró en la teoría de Borel a través del excéntrico profesor de la Academia de Lagado. El personaje busca generar una lista exhaustiva de todo el conocimiento existente. Para ello, obliga a sus estudiantes a generar textos aleatorios de forma perpetua haciendo girar las manivelas de un extraño mecanismo.
La misma idea fue abordada en 1941 por el famoso escritor argentino Jorge Luis Borges en su obra Biblioteca de Babel. En la obra, imagina una biblioteca eterna que contiene una cantidad enorme de libros con el mismo formato y cantidad de letras que, en palabras del escritor, contienen “todo lo que es posible expresar, en todos los idiomas”. En su cuento El inmortal, Borges insiste en el idea y asegura que la inmortalidad del poeta griego Homero le conduce de manera inexorable a escribir La Odisea. Como si ser inmortal fuera posible.
Biblioteca de Babel (Universo Abierto)
En su elogiada obra La historia interminable de 1979, Michael Ende también explora esta idea. Describe un territorio mágico con habitantes controlados por un mono a través del “juego de la arbitrariedad”, a través del cual los participantes lanzan dados con letras y recopilan los resultados obtenidos. A veces, de estas tiradas emergen palabras que forman textos legibles y comprensibles. Esto lleva a reflexionar que, si el juego se juega durante largos períodos de tiempo, es muy probable que surja un poema y que, si el juego se juega eternamente, todas las historias posibles serán contadas.
Y de literatura clásica a un episodio de la serie de dibujos animados Los Simpson, que todos conocemos, en el que Montgomery muestra a Burns monos encerrados en una habitación tecleando: “estos son mil monos con mil máquinas de escribir; pronto habrán terminado la novela más grande de la historia”. Ojito con esto, que esta serie siempre se ha caracterizado por adelantarse a eventos que hemos vivido después.
El teorema del mono también se ha trasladado a la realidad. En 2003, profesores y estudiantes del curso MediaLab Arts de la Universidad de Plymouth dejaron un teclado de computadora a seis monos durante un mes. Los monos solo produjeron cinco páginas en total con la letra ‘S’. El macho principal, con la curiosidad de entender por qué pasaban cosas cuando apretaba el botón, comenzó a golpear el teclado con una piedra. Otros monos lo ensuciaron. Vamos, un desastre simiesco que trataba de sobreponerse al mismo experimento fracasado llevado a cabo por el científico Joe Coleman en la década de 1960.
Otros científicos optaron por simular mediante ordenador una gran población de monos tecleando al azar. Así nació el sitio web The Monkey Shakespeare Simulator. Al cabo de un año y medio, descubrieron una secuencia de 24 letras consecutivas que formaban un pequeño fragmento de la obra Enrique VI. Posteriormente, también lograron obtener 30 letras del Julio César. Y ya.
Todas estas referencias exploran la idea de que, con suficiente tiempo y recursos, cualquier texto existente podría reproducirse. Sin embargo, la magnitud de estas probabilidades es difícil de concebir para la mente humana y plantea la cuestión de si la creatividad verdadera y la originalidad son alcanzables a través de medios mecánicos y aleatorios.
ChatGPT (tenía que salir) no deja de ser un modelo de lenguaje basado en IA que arroja respuestas con base en información disponible. Muy completo y similar a un humano, pero limitado (finito). La creatividad humana, por otro lado, implica la generación de nuevas ideas y conceptos, lo que puede requerir el uso de procesos cognitivos sin un encuadre, es decir, sin límites.